Ángeles Mastretta se definió como feminista, sin embargo, la escritora mexicana, no tuvo ni una palabra de solidaridad, ni de indignación ante los asesinatos continuos a mujeres en Ciudad Juárez, ni se le pasó por la cabeza en ningún momento nombrar la dramática situación de los indígenas, el narcotráfico… Se definió como amante de la palabra pero tampoco protestó por el silencio y el maltrato que sufren por parte de los medios de comunicación un sinfín de atrocidades impunes, como el reciente asesinato por paramilitares de Beatriz Cariño en Oaxaca, etc. y la reivindicativa del Río se lo perdonó, a pesar de que era un buen momento para hablar, ya que ese mismo día se celebraba el de la libertad de prensa eso sí Mastretta no nos privó de un confortable relato sobre su aburrimiento de domingo de señora satisfecha.
Se anunció como entrevista, pero la entrevistadora poco pudo hacer ante el vendaval de optimismo contagioso que transmitía en su discurso y en cada uno de sus ademanes la escritora estrella, Ángeles Mastretta. La entrevistadora no pudo hacer su trabajo como periodista y se comportó como una amiga dulce y complaciente. No, en esa velada, no era la mujer agresiva que conocemos, la que siempre nos apunta con el dedo algo que no funciona bien como si fuera la primera o la única que advierte lo mucho que maltratamos el medio ambiente, etc Esa noche iba como andando de puntillas para no decir algo imprudente y no hizo una entrevista crítica, nos pidió que compráramos los libros de su amiga como si hubiéramos ido a una presentación de calderos.
Yo que ya me había leído alguno me pareció irrespetuosa y desesperada esa simpática increpación como si el propósito del encuentro fuera la venta y no conocer mejor a la autora; también nos pidió: (algo que me pareció un desprecio total al auditorio) que no hiciéramos preguntas, con un gesto que indicaba que eran insignificantes ante el placer de escuchar leer a Mastretta quizás también porque no supo detener el caudal primoroso y prolijo de Ángeles a tiempo para dar cabida a la intervención de los asistentes.
Era el encuentro de dos amiguísimas o dos señoras aseñoradas hablando de sus vidas de esposas bien casadas con señores de mucho prestigio.
El auditorio estaba radiante, contagiado de tanta chispa y alegría Mastretta, teatral, agradecía el aplauso antes de recibirlo y lo provocaba como si surgiera espontáneo Vino a hablar de sí misma, de su padre, de su infancia feliz, de su epilepsia, del señor de su casa, de las razones por las que escribe quizás sea cierto eso de los egos de los escritores que dice Juan Cruz ya que con un ego gigante y risueño nos hizo olvidar y ella misma olvida que viene de un país desangrado por el machismo y la violencia con miles y miles de mujeres desaparecidas, asesinadas. También para Mastretta y del Río, como a las autoridades mexicanas, las vidas de las mujeres pobres y los huérfanos, no valen nada o no merecían que ninguna de las dos las recordara esa noche en la sala José Saramago. Quizás crean que luce bonito decir que se es feminista.