Hoy he leído una frase que me ha llamado la atención: “Nos sobra victimismo y nos falta autoestima”. La pronunciaba a comienzos de año un político de la Junta de Castilla y León y se refería a las dificultades que había detectado en la política de promoción turística de su comunidad autónoma. “Si no nos gustamos”, decía, “no habrá manera de tener buena reputación”. Esta observación vinculada a la autoestima urbana está muy de moda en aquellos lugares donde el espacio público ha dejado de ser simbólico, por ejemplo, porque los ciudadanos no se sienten orgullosos, ni partícipes de él y prefieren enclaustrarse y convertirse en residentes pasivos. La falta de confianza en nuestro entorno acaba avocándonos a la resignación y nos impide revalorizar lo que nos rodea. Un ejemplo de esto lo percibo en la ciudad donde vivo, Arrecife, muy marcada por vaivenes políticos, casos de corrupción y deslices arquitectónicos que acaban con las motivaciones de cambio que pudieran tener sus ciudadanos. La identidad social con el entramado urbano es escasa y el apego al lugar tampoco es representativo. Por lo tanto, los sentimientos que genera la ciudad son los de desidia y frustración. Toda esto podría modificarse con una mayor corresponsabilidad política y ciudadana para establecer nuevos vínculos que nos ayuden a tener comportamientos de protección y un mayor apego al entorno. Está claro que para recuperar confianza y orgullo por la ciudad debemos impedir el desplazamiento de los asuntos públicos a la esfera privada, porque la autoestima urbana tiene que gestarse en los parques, calles y plazas y no tanto en los centros comerciales.
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