Ceder para acordar

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Para aprender a resolver un conflicto hay que saber ceder. Sentarse a negociar o a dialogar, apartando las emociones personales  cuando éstas ponen en riesgo la convivencia o un acuerdo que haga superable una ruptura, es una tarea que debemos esforzarnos en hacer sobre todo cuando hablamos de un divorcio. La mediación familiar es, en este sentido, una ayuda necesaria para evitar la batalla o perpetuarla. Sobre todo se trata de buscar vías extrajudiciales y demostrar que las familias tienen recursos suficientes para tomar decisiones. En la actualidad, las familias se enfrentan a numerosos retos, porque la estructura familiar y su esencia comienzan a mutar. Con el paso del tiempo, hemos ganado en independencia y autonomía, pero todavía tenemos graves dificultades para comunicarnos y encontrar un espacio para hablar. Es como si nos hubiéramos olvidado del entendimiento, no con, sino de la otra parte, y en ocasiones, tenemos más recursos personales para mostrar dominación o defendernos de ella que para revalorizar al otro.  En un divorcio en el que las partes opten por la mediación familiar tendrán que cambiar el pulso entre ganar o perder por el bienestar del menor y la posibilidad de rehacer sus respectivas vidas viviendo de otra manera. Si aprendemos a ceder podemos razonar mejor más allá de los personalismos. Y si los niños en un divorcio tienen que ser flexibles, es de esperar que cada cónyuge no se aferre a su criterio de verdad como si éste fuera absoluto.

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