¡Quien me lo iba a decir! Soy de la generación ton-ta (todo por hacer, tanto por lo que cambiar) y así crecí en un ambiente en donde tras la muerte de Franco, que nos dio día libre en el colegio, reinaría (y lo digo con sorna) el deseo de decidir sobre nuestro propio destino. Fui una adolescente que pudo pensar y ver más allá de lo impuesto, descubrimos el poder de la calle (¡Menudo subidón de adrenalina cuando gritábamos juntos y envalentonados ante los grises!) y recuerdo emocionada el ritual mágico que supuso para mi la primera vez que acompañé a mis padres a votar. De mayor podría ser lo que yo quisiera, con las mismas posibilidades que todos… En esos años decidí ser una profesional remunerada, ser femenina y feminista y convertirme en una ciudadana implicada. Más tarde escogí cómo, cuando y con quién tener hijos, una más de las ventajas del gran cambio. El intento golpista del 81 sólo fue un mal sueño de una noche y sirvió para fortalecer aún más una consigna arraigada ya en nuestras conciencias: “Un paso atrás, ni para coger impulso” (En realidad, era la consigna de Fidel, pero cuando una frase vale, vale). Era inevitable, allí estaba yo, micrófono en mano y auricular en la oreja, siendo testigo del nacimiento de nuevos medios de comunicación. La conquista de las libertades (como así se llamaba en ese tiempo no tan lejano) supuso un balón de oxígeno para nuestra sociedad y con ese aire renovado y el atrevimiento de la savia nueva, defendí, critiqué y aposté junto con otros compañeros cuanto nos rodeaba. Cambié las creencias religiosas impuestas por la convicción del ingenuo, es decir, que la democracia mejoraría el espacio donde nos había tocado vivir y cooperaría en la consecución de un mundo más justo. Pusimos en valor(que poco me gusta esta expresión después de oírla tantas veces en políticos mediocres que se repiten como loros) eso que ahora llamamos la canariedad dejando atrás los complejos, hasta que formaciones políticas de nuevo cuño vieron el chollo de apropiarse de nuestra identidad, percibiendo cómo nos emocionábamos ante un timple y un sancocho y rentabilizaron ,vaya si lo hicieron, nuestros sentimentales votos. Si pudiéramos rescatar cuantas cosas se pensaron y se dijeron en aquellos años, comprobaríamos como la llegada de dinero y de ladrillos a raudales a nuestras islas fue poniendo freno, de forma proporcional, a nuestras diatribas y comentarios. A más dinero, que todo lo compra, menor libertad. Ahora lo sé, pero no entonces, aunque década tras década fuera trabajando más para los intereses de la empresa de turno que para los de la sociedad en su conjunto. Afortunadamente, entre tantas horas de radio, siempre encontraba un resquicio por donde colar y dejar colar mi código de vida. Yass, cuantas perras… Con la construcción de colegios, hospitales, centros de salud, infraestructuras (Siempre por debajo de nuestras posibilidades, mientras la población crecía y crecía) se camuflaron millones de metros cuadrados de industria turística y vimos atónitos como las leyes de nuestro frágil y valioso territorio se hacían y se deshacían a conveniencia de la hornada de nuevos ricos que entraron en tropel a manejarlo todo. Todo. TODO.
Financiaron campañas políticas a cambio de favores, sobornaron a jueces, compraron medios de comunicación tratando a muchos profesionales como sicarios de sus intereses e hicieron ganar, mucho, a los bancos. Y yo, resistiéndome a no dejar de creer en el sistema, votando en todos los comicios, consumiendo para engordar al mercado, ese monstruo sin rostro que domina el mundo hasta que lo devora… Y la crisis (el vómito de ese mercado maloliente) llega, pero nadie sabe como ha sido, y arrastra con ella las expectativas e ilusiones de muchos de nosotros, los dirigentes esconden y ayudan a los culpables porque si no dejarían de ser dirigentes, y nos sentimos solos, defraudados, sin creer en lo que ha funcionado hasta ahora. Cuando voto ¿A qué o quién estoy votando realmente? ¿Para que sirve? Cuando hablan de intereses ¿De que intereses hablan? Es el momento de otro gran cambio, profundo, estructural, que encienda la chispa de todos nosotros, juntos de nuevo. Yo, sin trabajo, ya estoy libre del estado y del mercado y sintiéndome aún joven y fuerte quiero estar al menos en el gallinero para verlo.
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Yo creo que aquella primera transición tuvo mucho mérito en aquel momento. Todas las fuerzas sociales y políticas hicieron un gran esfuerzo de consenso que posibilitó aquello. La cosa muy bien pudo haberse torcido, como sucedió en tantos otros paises, pero no ocurrió. Sin embargo, con el paso del tiempo la dictadura franquista se ha tornado dictadura de los partidos políticos. La corrupción campa a sus anchas, y todas las grandes fuerzas están tan hipotecadas, literalmente, que se convierten en lastres más que en soluciones. Estamos ante la oportunidad de forzar una segunda transición que cierre lo que la primera dejó abierto. Reforma constitucional y refundación de los partidos o decadencia progresiva hasta que el sistema colapse de forma violenta por sí solo, no veo más opciones.
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