Recuerdo imágenes de los activistas de movimientos antiglobalización rompiendo escaparates, pintando fachadas o quemando coches en la Cumbre del G-8 en Génova. Era junio de 2001 y mientras en España se vivía a todo trapo, otros aventuraban con su indignación, esta vez vandálica, que el sistema económico se agotaba y la recesión mundial era inminente. Por aquel entonces ya se intentó desacreditar a los manifestantes diciendo que eran grupos perfectamente organizados , auspiciados por poderes ocultos o jóvenes acomodados y aburridos. No sé si esos antiglobalización eran títeres de otros, pero lo que recuerdo es a un grupo de personas, a los que más bien habría que definir como los globalizadores alternativos, que querían utilizar el empuje de la mundialización para plantear una nueva visión del mundo. Esos activistas de ayer ya llevaban dentro de sí un germen que ahora se extiende en España: sentían impotencia, pese a ser ciudadanos de una democracia. Es decir, tenían la sensación de que las decisiones que afectaban a sus vidas no dependían de sus gobiernos, y por ende de su control, sino de poderes económicos y grupos financieros muy poderosos. Y aquí es dónde hay que poner el acento. La participación ciudadana está mermada, ya que otros poderes no legitimados por nuestros votos deciden lo que ocurre en el mundo a base de cartera de clientes, beneficios, accionistas, en una palabra, multinacionales. Si a esto le sumamos que la política se ha encargado de dinamitar puentes de diálogo con la ciudadanía, que las organizaciones sindicales, tan bien estructuradas y organizadas, ya no resultan representativas y el desgobierno de los Estados es mayor, no es de extrañar que los antiglobalización fueran vistos con incomodidad por quienes ostentan el poder. Claro, que desde aquellas movilizaciones de Génovan han ido pasando los años, se han ido sucediendo otras movilizaciones a la sombra de las cumbres del G8 o el G20 sin que hayan servido para corregir los errores políticos o financieros.
Mirando la fotografía de las protestas del 15 M tengo claro que se está fabricando disidencia. Pero, ojo, que esta disidencia puede estar dirigida por los mismos contra los que se quiere luchar. Fundaciones, ONGs, partidos políticos de corte alternativo, intelectuales y medios de comunicación progresistas suelen tener muy buenos mecenas. Hoy leía que el activismo por etapas es una tendencia muy poco práctica, al igual que la rebeldía compartimentada en diferentes causas. Es decir, que lo que realmente pone nerviosos a los gobiernos y a los entes empresariales, son los movimiento populares, masivos, coherentes y duraderos. Teniendo esto en cuenta, me gustaría que el movimiento popular que se ha generado a partir de la plataforma “Democracia Real Ya” derive en un partido político, porque creo que es desde dentro, a partir de la gobernabilidad, desde donde se atajan los problemas. Ni la abstención, ni las protestas puntuales van a cambiar el vicio de unos pocos de controlar el mundo. Ahora bien, la masa organizada, crítica y legitimada en las urnas sí puede entrar en las instituciones, levantar los adoquines y hacerse oír los 365 días del año.