Tomás J. López, Arrecife de Lanzarote.
Fotografía de Guillermo Rodríguez, cedida por Mass Cultura*.
Maravillosa. Así resume Dulce Suárez (Arrecife, 1955 ) su azarosa vida. No es Dulce partidaria del victimismo y los lamentos aunque más de uno pudiese pensar que razones le sobran para agarrarse a ellos. ¿Para qué si su vida ha sido maravillosa? De esta maravilla, suponemos, excluye a su padre, que «casi la mata» cuando la vio haciéndose unas trenzas de tela con 13 años, en su casa, en Los Marinos de Valterra. Excluirá también a un régimen, el de la dictadura de Franco, que le dio más palos que a una estera vieja. No contará los meses que pasó en prisión. Ni la condena a la prostitución, el paso por las drogas o los maltratos de la policía. Todavía hoy tendría que obviar a la gente que aun la mira de reojo cuando pasea por la calle Real y a la que cuchichea a su paso, por lo que se siente más cómoda en su barrio «donde todos la conocen».
Pero nada de eso resta para que la vida de Dulce haya sido maravillosa. Porque todo eso, el padre, Franco, la policía, la prisión, los clientes, los camellos, los que miran y los que cuchichean no son ella; ella ha sido a pesar de todo y de todos. Su victoria personal frente al mundo que la negaba es lo que la hace destilar optimismo vital : «Yo he hecho lo que me ha dado la gana, he hecho lo que yo he querido, no me han prohibido nada porque nunca me he dejado pisar por nadie». Dulce es la personificación de la libertad, por la que lleva batallando 56 años, desde que nació en la Maternidad de Arrecife, y en un cuerpo de hombre en el que nunca se vio reconocida.
Nació como Hilario, o Hilarito, «porque mi padre se llamaba Hilario y a mí todo el mundo me conocía por el diminutivo». Lo hizo en una familia como tantas del Arrecife de los años 50: el padre en la mar, donde pasaba enrolado meses; la madre en la fábrica de conservas de Ojeda. Cuarto hijo de la pareja y el primero varón. «En esa época había tanto machismo que tener un hijo macho te hacía más hombre. Él quería tener un macho y se jodió, porque le salió machucado». Nacida en una familia «normal» de la época, Dulce, por entonces aun Hilarito, no se resignó a no ser diferente. Y en mitad de esa rebeldía comenzó su historia.
– ¿Tú has llegado a entender a tu padre, por cómo se comportó contigo? Sin justificar esas actitudes, pero entiendo el contexto de la época…
No, ni lo he perdonado, incluso después de muerto, le guardo mucho rencor. Te dicen: sí es que era otra mentalidad, es que él bebía… No cariño, tenía mala leche desde que nació. Yo creo que un padre y una madre tienen que estar orgullosos de tener un hijo, lo tienen que querer desde que está en la barriga. Lo que no puedes es tener un hijo y desde los 4 ó 5 años estromparlo contra la pared y decirle «¡maricón!, ¡sarasa!» y pegarle. Eso te tiene que doler como padre. Por muchos defectos que tenga, es tu hijo. Eso es lo que yo no perdono.
– ¿Y por qué tenías esas broncas con tu padre?
Desde que tenía 7 u 8 años, como le molestaba que jugara con muñecas, yo me iba al llano de Valterra y cogía las latas de tomate, les hacía un agujerito con las tachas rumbrientas, le ponía un trapito y me hacía mis tacones. Me pasaba delante de él y me pegaba una paliza. Pues al día siguiente le rompía las sábanas a mi madre y me hacía unas coletas…
– Pero es que tú fuiste…
Ah, es que yo rea cojonuda, yo era como yo era. Yo no iba a hacer lo que él quisiera… ¿Qué culpa tenía yo de heber nacido así?
– Pero te imaginas que habrá habido otros casos que no se atrevieron a hacer lo que querían…
Y se casaban, por tapar las faltas y el qué dirán, por su familia… ¿pero a quién desgracias la vida? ¿A tu mujer y a tus hijos? Porque tampoco eres feliz tú. Y no, a mí me parieron para ser feliz en la vida.
– ¿Y con 13 años qué fue lo que te pasó?
Pues le rompí a mi madre unas sábanas, cogí una diadema de goma de mi hermana, y me hice unas trenzas, como el dibujo de la muñequita de margarina «La Niña». Llegó mi padre de la calle, con una borrachera… ¡hay la que me dió! Y fue a darme con una botella en la cabeza y a tirarme del balcón de mi casa para matarme (risas).
– Pero a mí parece curioso que estés contando esto con una sonrisa, porque es una tragedia.
¡Es que me tengo que reír porque estoy viva! ¿Qué voy, a pensar lo malo? Yo lo paso fatal cuando hablo de esto, pero yo no me voy a coger una depresión, cariño, no tengo tiempo. Ya pasó y ya está, yo estoy viva, y tengo que vivir.
– ¿Entonces te ves en esa situación y qué haces?
Allí vi que a mi padre le sobresalía una punta de un billete de 500 pesetas. Pues halé del billete y me tiré por el balcón de mi casa. Entonces bajé corriendo para el puerto de los Mármoles, y casualidad que estaba allí el barco, el Correíllo. Se llamaba Santa María de La Candelaria, venía de El Aaiún, pasaba por Arrecife y seguía para Las Palmas.
– Y te montas en ese barco.
Sí, pero fíjate si yo era astuta, que había cogido de los papeles que había en mi casa un telegrama que habían mandado cuando murió mi tío Juan, que tenía el bordillito negro porque era de luto. Llego al barco, a la escalerilla, y el marinero me pregunta que a dónde iba a ir. Y entonces le enseñé el telegrama y le dije «es que mi abuela se está muriendo en Las Palmas y mi madre me manda para allá». Eso era cuando se iban los soldados en ese mismo barco hasta Tenerife, a Hoya Fíra. Y había una señora de lejos despidiéndose de su hijo. Entonces le dije al del barco: «mira a mi madre allá». Y la señora: «¡Cuídate mi hijo!». Así que me metí en el barco, pagué el pasaje y me fui para Las Palmas con 13 años.
– Osea, que te inventaste toda una historia.
Claro, era mi salvación ¿Cómo iba a volver a mi casa después de lo que había pasado y de quitarle el billete a mi padre? ¡Me mataba!
– ¿Y ese barco para dónde tira?
A Las Palmas. Llegué al Muelle Grande y eché a andar hasta que llegué a la playa de Las Alcarabaneras. Y allí me estuve quedando 15 días o más, sola, durmiendo debajo de un bote, de un barquito pequeño. Comía algo de pan que encontraba, alguna manzana que cogía de estas que ponían por fuera de las tiendas en las estanterías. Y así estuve unas cuantas semanas, o un mes, ya perdí la cuenta… hasta que eché a andar hacia el otro lado, hacia el Parque de Santa Catalina.
– ¿Y entonces?
Entonces allí me encontré con dos transexuales, que me llevaban lo menos 10 años, porque yo era un chiquillo de 13: Carmela «la negra» y Paca «la rata»… (risas)
– ¿Pero y esos nombres que se me ponen? ¿Tú no tuviste ningún apodo de esos?
Sí cariño, yo era la mestiza. Yo no me lo puse, allí te bautizaban. Será porque era mezcla entre Lanzarote y Las Palmas, no sé. (risas)
– ¿Y entonces tú te acercas a hablar con Carmela y Paca?
No, se dirigen ellas a mí. Claro, porque yo era femenina aunque fuese vestido de niño con la misma ropa que salí de mi casa. Me cogieron con esa plumita, y a un maricón no se le escapa otro. Y me dicen : «¿mi niño, tú dónde te estás quedando?» Y yo les dije que debajo de unos botes. Entonces me dijeron que ellas se estaban quedando en El Confital, que había un nidillo de ametralladoras, que tenían casetas de campaña y todo y me dijeron que me fuese con ellas. Me fui al nidillo de ametralladoras y aquello era un chalé para mí. Allí estuve hasta los 17 años.
– ¿Ños, pero todo ese tiempo viviendo allí?
Sí, pero trabajando. Me iba al Santa Catalina a hacer la carrera. A hacer la calle. Yo era trabajadora del sexo como se dice ahora (risas). Que es más fino, pero he sido prostituta, sí.
– ¿Si hubieses tenido la oportunidad de hacer otra cosa, crees que te hubieses dedicado a la prostitución?
Cariño, pues no sé, porque es la vida que viví y yo no puedo decir «si yo hubiera sido…» [quote]
Yo fui lo que fui y soy lo que soy. ¡Hombre, me gustaría haber sido hija de don Rogelio Tenorio y estar despachando detrás de la farmacia y que mi padre me mantuviera! Pero era supervivencia, yo tenía que sobrevivir.
– ¿Y la clientela? ¿Qué buscaba? Sobretodo en esa época de tanta represión sexual…
¿Los hombres, que qué buscaban? Dos tetas y un rabo. El morbo, algo diferente que no les dé una mujer. Me encontraba a toda clase de gente… bueno, lo menos que me encontraba eran solteros. Casados y con hijos muchos.
– ¿Qué problemas encontraste por vivir una época como el franquismo?
Todos. Había una ley de Franco que se llamaba de peligrosidad social o ley de vagos y maleantes. Porque nosotras éramos la escoria de la sociedad, la vergüenza. No podías ir a un bar público, porque si yo me sentaba a tomar un café te precintaban el bar. O íbamos al cine, a ver a Sara Montiel, «El último cuplé», y llegaba la bombona, la furgoneta de los grises y te metían en el coche como si fueses un saco de papas. Por el simple hecho de ser tú. No podías vestirte de mujer, tenías que caminar como un hombre… desde que te veían femenina, te cogían la plumita y ya te cogían. Te metían una paliza en comisaría y de allí a Barranco Seco, que fue lo que me hicieron a mí.
– ¿A la cárcel de Barranco Seco? ¿Y cuál era el delito?
Nada, ser tú misma. Tres meses estuve en la cárcel de Las Palmas. Y luego me montaron el barco JJ Sister y de allí al Penal de Santa María en Cádiz que estuve un día y medio. Luego me llevaron a Sevilla y después en un coche de traslado a Huelva que era donde estaba la cárcel para transexuales.
– Pero chiquito tour…
Como la Pantoja cuando va de turné. (risas)
Ahora me río pero lo pasé fatal. La policía abusaba de ti, les tenía que hacer muchas cochinadas si quería que te dejaran tranquila. Al final me metieron 6 meses de prisión por peligrosidad social y 2 años de destierro, que no podía volver a Canarias. Pero salí cuando salió Suárez de presidente que dieron una amnistía, un indulto. ¡Yo voté por Suárez porque si llega a haber más papeletas, más voto por la democracia!
– ¿Para entonces, con la llegada de la Transición, empieza a cambiar la cosa, no?
Sí, después del año 75, una vez muerto Franco ya empezó a cambiar. Podías ir con tu pelito teñido y tus tetitas hormonada por el Muelle Grande que ya la policía no te decía nada… bueno, según el policía, pero empezamos a poder trabajar en barras americanas y todo.
– Otro episodio de tu vida fue la caída en el mundo de la droga.
Sí, eso fue cuando después de morir mi padre, cuando volví a Lanzarote. No sé, por desengaños con la gente que te rodea… por idiota.
– ¿Y cómo saliste de esa?
Yo sola. Yo sola porque ya estaba en mi casa y digo «ya tengo un techito, tengo una seguridad, un trabajito… ¿qué hago yo con esto? ¿Por qué voy a depender yo de esa mierda?» Y dejé todo, hasta la metadona.
– Sorprende que a alguien con una vida tan intensa como la tuya, que has vivido tanto, que tienes tanto que contar y eres un ejemplo de superación todavía haya quien la mire de reojo o se ria cuando va por algunas zonas de Arrecife.
Porque la gente van liberales pero no son tan liberales como se creen. Los ves cuchicheando, dándose con los coditos, las risas… que yo sé que llamo la atención por mi aspecto pero ¿con todo lo que hay en esta sociedad? A mí me cuesta mucho salir por la calle Real, porque te miran como si tú fueras una payasa y yo para hacer la payasa, pues me reprimo de bajar a Arrecife, porque me siento una payasa.
– Pero todo eso en pleno 2011, con todo lo que parece que hayamos cambiado, con leyes de identidad de género, matrimonio gay, un cambio de mentalidades…
Porque somos unos hipócritas. Delante de ti o de mí somos maravillosos, somos buenísimos y todo el mundo es solidario y está conforme con todo. Pero en cuanto te das media vuelta ya está.
Pero a pasar de todo, haciendo recuento: saliste de tu padre, has salido de una dictadura, has salido de cárcel, de la droga… al final has salido tú. ¿Ahora qué?
Ahora vivir. Vivir el día al día. Cuido a una señora y me da por lo menos para comer. Y cada día que me levanto le doy las gracias al Cielo por estar viva y haber hecho lo que me ha dado la gana.
*Fotografía superior, de Guillermo Rodríguez, publicada en el número 21 de la revista Mass Cultura.