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Ciertos movimientos ciudadanos evidenciaron los primeros síntomas. Colectivos como El Guincho, Achitacande, Foro por Lanzarote… nos mostraron a todos que algo no funcionaba bien dentro de nosotros. Nuestro tejido social, nuestros órganos institucionales, estaban funcionando mal. Y el cuerpo se quejaba. La manifestación del 27 de Septiembre del 2002 supuso el golpe de fiebre definitivo que marcó un antes y un después en el devenir de la enfermedad. ¿Se iría al meollo del mal o simplemente se atajarían los síntomas?

A la vista está lo que sucedió. Extirpamos de nosotros las señales de aviso y simplemente continuamos como si tal cosa. Foro por Lanzarote, El Guincho, Achitacande… desaparecieron, y con ellos se fueron también los malestares propios de cualquier enfermedad, aquellos que avisan de la podredumbre que subyace oculta a la vista.

Nos anestesieron y nos maquillaron a base de medios de comunicación. Trataron de convencernos de que todo iba bien, perfectamente, de que todo funcionaba como debía funcionar. Pero no era así.

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Sin embargo, a pesar del empeño de quienes vivían del tumor que ellos mismos habían provocado, algún otro síntoma conseguía trascender las densas capas de maquillaje y llegar a nervios no del todo adormecidos. Cuadernos del Sureste, La Opinión de Lanzarote, El agitador… cada uno a su manera, ellos contribuyeron a que algunos se dieran cuenta de que algo olía a podrido, y no precisamente en Dinamarca. Eran muy poca cosa, sarpullidos apenas molestos puntualmente localizados, nada que ver con las altas fiebres y desazones propias de los años 90. Síntomas moderados que apenas inquietaban a nadie más que a unos pocos. Pero ellos eran la señal evidente de que bajo nuestra alegre apariencia latía poderosa una grave enfermedad que tarde o temprano acabaría explotando, irremediable, inatajable e inabordable.

Y así habría sucedido. Si no hubiera llegado, providencial, la inspección médica en forma de fuerzas de seguridad y judiciales ajenas a la isla. Un par de denuncias se encargaron de llamar la atención de algunos eminentes doctores sobre nuestro caso. Y lo que parecía que iba a ser un simple chequeo de rutina, acabó por destapar la grave enfermedad que padecíamos. En toda su envergadura y magnitud pudimos verla.

Todavía no es demasiado tarde. El tumor está muy avanzado, es cierto, y ha dañado órganos importantes. Pero todavía es atajable. No con paños calientes, desde luego, sino con cirujía agresiva y traumáticas curas.

Porque aunque los haya todavía que insistan en negar la gravedad de nuestro padecimiento, al que le dan la categoría de «presunto»; Aunque quienes se aprovecharon del tumor e hicieron de su ocultación un arte sigan insistiendo en que aquí no pasa nada; Aunque ellos sigan aplicando maquillaje y los periodistas para tal menester utilizados sigan queriendo negarnos la realidad; Lo cierto es que estamos muy enfermos. Y asumir nuestra enfermedad es el primer paso necesario.

No, no estamos bien. Nuestras instituciones apenas funcionan, incapaces de gestionar siquiera el día a día y afrontar los pagos más básicos. Nuestro músculo empresarial está gravemente dañado, después de décadas habiendo sido artificiamente dopado. Nuestro tejido nervioso, a fuerza de haber sido anestesiado cada día por ciertas emisoras de radio y televisiones locales, apenas es ya capaz de sentir y padecer, no digo ya de activar respuestas contundentes contra las adversidades.

Por tanto, insisto, debemos en primer lugar asumir la realidad para luego enfrentarnos a ella con toda el coraje y contundencia que nos sea posible en las presentes circunstancias. No estamos solos, ahí siguen los doctores aplicando sus curas y extirpando cada semana nuevo tejido tumoral. Pero eso no es suficiente. Este tumor no surgió de la nada, porque sí. Tuvo unas causas. Y si no atajamos esas causas, si no vamos a la raíz del mal, el tumor volverá. Se regenerará y nos machacará otra vez. Hay que superar primero un profundo proceso de purga y de cura. La quimioterapia es agresiva, pero es el único remedio por ahora conocido. Y luego, cuando la mayor parte de las células cancerígenas hayan sido extirpadas, debemos aplicar las medidas preventivas correspondientes. Esas que si hubiéramos aplicado en su día nos habrían ahorrado los sufrimientos de hoy.

Sobretodo, si de todo esto debemos aprender algo, es una cosa. Jamás volvamos a ocultar o negar los síntomas, porque ellos no son la enfermedad, sino la señal de su existencia.

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