El futuro es de los flexibles

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 El futuro será de la flexibilidad y para ello habrá que hacer que las cosas y las personas sean movibles. Hace tiempo que le vengo dando vueltas a esta idea, pero hoy he visto un reportaje que me ha hecho reflexionar un poco más sobre la descentralización que estamos abocados a vivir. El reportaje era  sobre las casas del futuro, que se plantean micro-compactas (menos espacio y más funcionalidad) y modulables, lo que a su vez les da un carácter desmontable y mutable, ya que las podremos diseñar en función de nuestras necesidades como si fueran las piezas de un Lego. Digamos que ya no se lleva eso de anclarse a un lugar, porque nuestro imperativo es buscar trabajo allí donde lo haya, y por ende las viviendas del futuro deberán ser tan nómadas como nosotros.  Lamentablemente, esta nueva concepción urbanistica del mañana choca con el presente, porque, paradójicamente, los que somos propietarios firmamos hipotecas por más de 30 años y nos sentimos lastrados por los cimientos y los ladrillos adquiridos que no podemos meter en la maleta. Ahora bien, ¿No hay posibilidad de compaginar movilidad, por ejemplo laboral, con la residencia habitual?  Precisamente, hace unos días, viajando en un avión me hablaron  del término “Commute”, algo así como un viaje de ida y vuelta, que actualmente se utiliza para quienes tienen un lugar de trabajo y otro de residencia. Ese mismo día, yo me había levantado en Lanzarote, ido a trabajar y estaba camino de Bilbao donde cenaría con mi familia. En el viaje emplearía dos horas y media, es decir, una transición entre origen y destino nada traumática, ya que incluso ese intervalo de tiempo me sirvió  para descansar. Por supuesto, para que exista esta movilidad no sólo el transporte es vital, sino que la flexibilidad de horarios laborales parece inevitable. Me acordé entonces de varios amigos que están casados y que viven en diferentes comunidades autónomas o países. Sus vidas se han adaptado a un cuadrante de turnos y acumulación de horas extra que les permite tener varios días libres para viajar a ver a sus respectivas parejas. La movilidad, en definitiva, ya no es solo cuestión de trabajo, consumo o estudios, sino que también tiene un factor emocional. Los commuters tendrán que acostumbrarse al costo económico, de tiempo, ausencia del hogar y desgaste que supone esta nueva concepción del espacio y las relaciones personales, pero al igual que ocurre con otros muchos cambios, será duro hasta que nos acostumbremos y se convierta en un hábito. Lo esencial es tener una mentalidad abierta, organizarse y crear nuevas posibilidades, porque en nuestro mundo globalizado se están reduciendo las distancias y según como se mire casi resulta atractivo el ser de todas partes.

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