María (seudónimo) trabaja en un hotel como asistenta. Su contrato estipula una jornada laboral de ocho horas al día, cinco días a la semana: 40 horas en total. Sin embargo trabaja 6 días semanales, superando muchas veces las ocho horas por día, lo que hace un total mínimo de 48 horas. 48 horas que en ocasiones han llegado a convertirse en 55 o 60. Estas horas de más nunca son amortizadas, ni en forma de salario extra, ni descontándose posteriormente.
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El caso de María no es, ni mucho menos, único. Flagrantes incumplimientos de contrato como el suyo se producen sistemáticamente en Lanzarote, especialmente en aquellos negocios relacionados con la hostelería o la alimentación.
Abusivos cambios de turno que dejan apenas seis o siete horas de sueño entre una jornada y la siguiente, trato vejatorio por parte de los jefes, días descanso que no se respetan… la lista de vulneraciones es extensa, y si nadie lo remedia, seguirá creciendo a medida que el paro aumente y haya más gente dispuesta a ocupar esos empleos sin protestar.
Lo cierto es que de momento nadie está dispuesto a denunciar. Los trabajadores saben que detrás de ellos hay una larga cola de gente desesperada por ganar sus 800 euros mensuales, y nadie abre la boca.
Los sindicatos, por su parte, en Lanzarote parecen estar nada más para defender los derechos de los funcionarios, sin que se les conozca ni recuerde ningún gesto significativo contra este tipo de precariedades laborales.
Tal vez sería bueno recordar a los empresarios que el buen funcionamiento de sus negocios depende de que la gente compre o contrate sus productos o servicios. Y que si la gente empleada, en general, ve reducida su capacidad adquisitiva, ellos también saldrán perdiendo a medio plazo. El nuestro es un ecosistema cerrado en el que todos sufrimos las consecuencias de los abusos y vejaciones empresariales… incluso los mismos empresarios.