José Saramago es (no era, es) muchas cosas, como la mayoría de nosotros lo somos. Pero las etiquetas favoritas de los periodistas y la gente en general a la hora de referirse a él son dos: «novelista» y «premio nobel». De hecho, los titulares hoy en la prensa inciden en ambos términos casi con unanimidad absoluta. Se trata sin duda de las etiquetas que generan más consenso social, además de las que le hicieron famoso, pero no son para mí las que mejor lo definen. Por eso no voy a hablar de ellas aquí.
José Saramago es comunista. Comunista con todas las letras, de los nobles y buenos, como sólo un novelista puede serlo. No un militar ni un político comunista, sino un novelista comunista. Porque el novelista crea sus personajes, los hace, los dirige, los enfrenta, los desarrolla. No trata con seres humanos de carne y hueso, sino con personajes.
Por eso Saramago renegó del regimen Cubano en cuanto a Fidel le dió por fusilar a personas y encerrar a periodistas.
Cuba no ha ganado ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado.
Saramago renegó del regimen de Castro, pero no del comunismo. Porque para Saramago, como para mí, eso no es comunismo. Y si lo es, no es un comunismo intelectualmente defendible. Como tampoco es comunismo lo que practican países como China o Corea del Norte. Como tampoco fue comunismo lo de la Unión Soviética. Nada de eso es comunismo, porque el comunismo no es una ideología concebida para los seres humanos que somos, sino para los que idealmente deberíamos ser. El Comunismo que necesita la fuerza para imponerse y, sobretodo, perpetuarse, carece de legitimidad. Esto lo sabía Saramago, por eso se pasó al Comunismo Libertario, o Anarcocomunismo, matiz fundamental mediante el que algunos teóricos comunistas reniegan del Estado, en clara alusión a los ejemplos antes comentados. Partidos únicos, totalitarismos, dictadores militares… el comunismo que necesita tales cosas para existir no merece existir.
Extracto de una entrevista a Saramago:
A veces he reflexionado sobre el hecho de que yo siga siendo comunista. Por supuesto lo soy y no me imagino a mí mismo siendo algo distinto. Pero me he dado cuenta de que tenía que añadir algo a ese decir «yo soy comunista», y lo que estoy añadiendo es que soy un comunista libertario.
Sí, Saramago es comunista. Y no es un comunista de boquilla, sino uno comprometido. De los más comprometidos. Pero también muy inteligente, de los más inteligentes. Sus novelas, cada una de ellas, contiene sus alegatos y alecciones. Como tiene que ser. Porque, insisto, el comunismo no es una ideología para los seres humanos que hoy somos, sino para los que tal vez algún día seamos después de haber leído, entendido y asimilado muchos libros como los que escribió Saramago. Entonces, y sólo entonces, el comunismo llegará. Y llegará solo, como en «Ensayo sobre la lucidez». Sin necesidad de revoluciones ni de militares barbudos salvadores de la patria. A lo mejor ni siquiera lo llamarán comunismo, pero lo será del mismo modo que lo que hoy llaman comunismo no lo es.
Yo creo que todo esto Saramago lo entendió perfectamente. Lo supo, y lo transmitió. Sabía que el comunismo no era viable para nosotros tal cual éramos. Pero aun así jamás renegó de él, como el constructor de pirámides no reniega de su obra, por más seguro que esté de que él no vaya verla acabada en vida.
Ese es el Saramago que yo admiro y respeto. Ese es el Saramago al que yo doy las gracias por todo. Buen trabajo, maestro, ahora les toca a otros.