Nuestra cuenta de Lanzarotelandia en Facebook suma por ahora 635 amigos, la mayor parte gente de Lanzarote. Eso quiere decir que en nuestro muro vemos publicado lo que todos estos amigos cuelgan diariamente en su propia cuenta. Se trata, por tanto, de un muestrario relativamente fiable con el que palpar las inquietudes del personal. No sólo por lo que dicen, sino también por lo que callan.
Hemos entrado hace unos minutos en facebook (a las 3 y media de la tarde) y nos hemos encontrado un poco lo de siempre. Unos pidiendo consejos a las galletitas, otros jugando a la granja, los de más allá anunciando sus cosas…, nada diferente a cualquier otro día. Sólo algún periodista y algún que otro militante han dejado mensajes tímidos, apenas comentados, que hablan de un suceso aparentemente de cierta enjundia en el panorama insular.
Porque se supone que hoy debería ser un día importante para la isla, ¿no? Vamos a tener un nuevo presidente, un nuevo jefe de la tribu, como si dijéramos. ¿Qué clase de sociedad humana, pasada o presente, ignoraría un hecho tan fundamental para el colectivo como el que supone cambiar de líder? Ni en las comunidades más democráticas, ni tampoco en las más tiranizadas, una noticia como esa pasaría desapercibida. Pero aquí sí, a juzgar por los comentarios de la gente en Facebook.
Diríase que a nadie le importa un pimiento si gobierna fulanito o menganito, si un partido está en el poder o lo está otro. Como el caballo desarrolla el callo allí donde le roza la silla, así igual nosotros hemos aprendido a ignorar todo lo que tiene que ver con la política y los políticos.
Es una explicación, pero no la única. No la que lo explica todo, al menos.
La gente de Lanzarote no ignora ni pasa tanto como públicamente aparenta. Hoy, a la hora de la comida, más de una familia y de dos hablaron del tema. Tal vez no mucho, pero sí algo. ¿Te has enterado? Van a hechar a Manuela. Bah… quítate tú para ponerme yo… políticos. Y la palabra «políticos» queda ahí, suspendida, como si su mera pronunciación lo explicara todo, como si no hiciera falta añadir nada más.
Sin embargo en Facebook no hay nada de eso. Ni siquiera el breve comentario despreciativo y asqueado. ¿Por qué?
Ustedes saben por qué. Porque en facebook todos nos conocemos. Cada cual tiene su cuenta, y lo que dice lo dice a cara descubierta. No conviene arriesgarse a decir algo inconveniente.
Hace tiempo una de las trabajadoras de un ayuntamiento de la isla tenía un post-it pegado en el monitor de su ordenador con una de esas frases lapidarias: Eres dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras. O sea, en boca abierta no entran moscas. Más claro todavía, opiniones las justitas.
Tenemos miedo. Simple y llanamente. Una cosa es desahogarte a gusto en los comentarios anónimos de los diarios, o entre los colegas en un bar, y otra muy distinta hacer uso de tu libertad de expresión en un foro público. Miedo.
¿Y si digo ahora lo que pienso del PSOE y luego me pasan la factura? ¿Y si digo lo que pienso de Carlos Espino y luego me machaca? ¿Y si digo lo que pienso de Suso y luego necesito que me eche una mano? ¿Y si digo lo que pienso de Dimas Martín y luego resulta que el PIL sigue en el poder y mi empresa necesita facturar publicidad del Cabildo que ellos gobiernan? ¿Y si escribo sobre Eduardo Espínola, o sobre Juan Francisco Rosa, y luego se vengan? ¿ Y si digo lo que pienso? No, mejor no… por lo que pueda pasar. Da igual si el miedo es justificado o no, el caso es que está ahí.
Este es, pues, nuestro diagnóstico. Lanzarote es una sociedad fuertemente traumatizada. Y la mayoría de sus traumas provienen de una infancia democrática repleta de corruptos, de padres maltratadores que sembraron entre nosotros la semilla de lo que hoy somos. Cobardes, infames y sí, también corruptos, igual que ellos. Simulamos pasar de todo para esconder nuestras propias miserias. Usamos a los políticos como muñecos sobre los que volcar nuestra frustración y nuestra culpa. Pero nada de eso va a arreglar nada.
Hoy somos seguramente la sociedad más apolítica y descreída de todo el llamado mundo occidental. En ningún otro sitio la gente se abstiene tanto de votar y, lo que es peor, se abstiene de hablar públicamente sobre las cosas que les incumben en cuanto pueblo. Ni siquiera en el País Vasco, donde decir lo que piensas te puede costar mucho más caro que aquí, existe tal grado de pasotismo. Creemos que nuestra abstención y nuestro desprecio por la vida política nos hace más dignos… y sólo nos hace más majaderos, más merecedores de lo que tenemos.
Pero no hay dolencia que no tenga cura, ni trauma imposible de encarar. Unos cuantos ya han perdido el miedo, y otros los están imitando. Gente sin mucho que perder ni mucho que ganar. O gente que sí tiene mucho que perder, pero a la que le da igual, porque lo que hay en juego compensa con creces el riesgo.
Los otros, los que han usado el miedo explícita o implícitamente, tendrán que cambiar. Porque los borregos se alzarán y reclamarán su derecho a decidir, a opinar, a dejar de ser borregos. No es una profecía ni un deseo, es el simple sino de los tiempos.
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