En la primavera de 1963 decenas de marineros de Lanzarote contrajeron lo que se creyó era una extraña epidemia que mataba rápidamente a sus víctimas o los dejaba ciegos de por vida. En aquel momento no lo sabían, pero exactamente el mismo mal se estaba reproduciendo en Ourense, Galicia. Ni en uno ni en otro lugar relacionaron las fulminantes muertes.
Pero los decesos continuaron, hasta que una farmacéutica de Haría (asturiana afincada en la isla), María Elisa Álvarez Obaya, tuvo la idea de analizar algunas botellas de bebidas alcóholicas, encontrando en ellas el origen del daño.
No obstante, en una sociedad machista y cerrada como aquella, María Elisa no lo tuvo nada fácil para convencer a sus vecinos. Especialmente los dueños de las tabernas y bares acusados de vender el alcohol asesino se le echaron encima, tildándole de chiflada para arriba.
Pero las muertes continuaban, y la evidencia acabó por ser demasiado flagrante. María Elisa había señalado una serie de distintas bebidas alcóholicas fabricadas bajo una misma marca, «Lagos e Hijos, S.L.». Se daba el caso de que un cargamento de estas botellas había llegado a Lanzarote, traído por un mayorista canario y procedente de Ourense justo antes de que las muertes y cegueras se propagaran como una maldición, así que los marineros dejaron de consumirlo, aunque públicamente se rieran de María Elisa y sus teorías.
No fue hasta meses después, cuando ya el alcohol asesino había causado más de mil muertes en distintos lugares, desde el Sáhara hasta otras islas canarias, pasando por diferentes ciudades y pueblos de la península, que se hizo caso a María Elisa y se detuvo a los avariciosos homicidas.
A los responsables se les juzgó y se les condenó, pero las penas no pasaron de cinco años de cárcel. En su defensa alegaron «desconocimiento», aunque más apropiado habría sido decir «avaricia». Y es que el alcohol metílico, para uso industrial, les salía a mitad de precio que el alcohol etílico, apto para consumo. No obstante, ninguno de los responsables o de sus familiares resultó envenenado, lo cual demuestra que conocían perfectamente lo que estaban fabricando, hasta el punto de cuidarse mucho de consumirlo.
Por otro lado, el caso se llevó con la mayor discreción. Ningún medio de comunicación, español o extranjero, se hizo eco de la noticia, y los familiares de los pocos afectados que supieron la verdad tampoco hicieron nada para que fuera diferente, tal vez porque no les gustaba la idea de reconocer que sus familiares consumían grandes cantidades de alcohol o por el ambiente represivo de la sociedad franquista.
El caso no se supo públicamente hasta hace muy poco tiempo, gracias a las pesquisas de algunos investigadores que encontraron los documentos de la causa enterrados en viejas estanterías de antiguos archivos. Además, será recreado en una película que ya está siendo filmada y que verá la luz a lo largo de este mismo año 2012. Entonces, por fin, quizá se haga justicia a los muertos. ¿Cuantos fallecerían sin que sus familiares supieran nunca las verdaderas causas de su muerte? ¿Cuántos quedarían ciegos? Tal vez hoy sus descendientes puedan atar hilos y deducir que sus padres o abuelos en realidad murieron por culpa de unos bodegueros sin escrúpulos, y no por una repentida enfermedad. Y, desde luego, desde Lanzarotelandia queremos rendir homenaje a la farmacéutica María Elisa Álvarez Obaya, responsable de la farmacia de Haría, heroína anónima, como otras muchas mujeres que jamás fueron reconocidos por una sociedad repugnantemente machista.