Fulanito se construyó el otro día, como quien dice, una casa de dos pisos con piscina. Pagó a tocateja, con billetes de 500. La casa no está a su nombre, aunque es suya… pero es un secreto, ssshhh… no se dice. Fulanito era alcalde, ya no. Era pobre, ya no. Todo un señor, fulanito. Un señor que en seguida supo comprender la importancia de los secretos. Y la importancia de no revelarlos.
Menganito construyó una farmacia. Bueno, él no, su padre. También fue pagada sobre la marcha. Pero es una farmacia, no un complejo, aunque nadie lo diría. Shhhhhhhh…. secreto, secreto. No se dice.
En la compañía pública de aguas INALSA se evaporaron millones y millones de pesetas. Luego de euros. ¿Cómo ocurrió? ¿A dónde fue ese dinero? ¿Quién se lo quedó? No sé, es un secreto. Tal vez algún artificio alquímico transformó aquella pasta en lujosos complejos residenciales. Pero no lo sé, y si lo supiera no lo podría decir. Porque es un secreto.
Fulanitos y menganitos a cientos fueron enchufados en corporaciones e instituciones varias. Pero es un secreto.
Infraestructuras y servicios fueron y son adjudicados a empresas que cobraron y cobran varias veces más lo que su trabajo vale. Pero nada se sabe sobre ello, porque es un secreto.
Un periodista pasaba facturas a determinadas personas en concepto de una publicidad que obligatoriamente había de ser contratada y pagada. Pero eso no se cuenta, es un secreto.
Otras facturas que supuestamente se emitían para pagar unas cosas, en realidad servían para pagar otras. ¿Pero adivinan qué? Es un secreto.
Camareros y personal de limpieza es contratado por sueldos raquíticos, siendo obligados a trabajar muchas horas más de lo que sus contratos estipulan. Pero que no se les ocurra hablar sobre ello, porque es un secreto.
Secretos, secretos. Todavía podríamos seguir hablando de secretos un buen rato más. En Lanzarote hemos llegado a acumular tantos secretos, que podríamos exportarlos. A fuerza de crearlos y de convivir con ellos nos hemos acostumbrado a su presencia hasta tal punto que a la mayoría le resulta del todo natural soportarlos.
Los portadores de secretos no ven nada malo en lo que ocultan. Al contrario, aspiran a que haya muchos más como ellos. Cuanta más gente tenga secretos, menos probabilidades habrá de que unos cuantos se salgan del tiesto y decidan que se acabaron los secretos. Si tú cuentas mi secreto yo cuento el tuyo, así funciona secretolandia. La sociedad lanzaroteña exige que tengas tu secreto, si de verdad pretendes pertenecer al club. Podrían obligarte a sacrificar tu primer hijo, para el caso es lo mismo, pero se trata de algo mucho más sutil. Ten tu secreto y nosotros los sostendremos como garantía… tú protegerás nuestros secretos y nosotros protegeremos el tuyo.
Así es como los secretos se propagan e impregnan cada casa, cada familia. Para ocultarlos sólo queda la pálida, barroca y estrafalaria máscara de la mundana cortesía y hueca palabrería. Como un eterno carnaval sin la menor gracia.
Dicho todo esto, tal vez entenderá usted ahora que el artículo 197 del Código Penal sea nuestro favorito. Si hay un lugar en el mundo donde el descubrimiento y revelación de secretos merece castigo ejemplar (dos a cinco años de carcel), ese lugar es Lanzarote.