La noticia de la muerte del autor de Mararía pasó casi desapercibida en los medios de comunicación de la misma isla a la que Rafael Arozarena situó en el mapa literario internacional. Aquí se habló mucho aquel mismo día de la pasada semana de Femés, sí, pero no por la vieja bruja ni por el escritor muerto, sino por el vivo al que sacaron de su casa de nuevo rico los agentes policiales. El fallecido seguirá vivo en su obra. El vivo ya es un muerto en vida, independientemente de su sino judicial último.
No hay muerte buena, me dirán los fatalistas, pero tengo para mí que eligió muy mal día el escritor enamorado de Lanzarote para morir. Murió, en efecto, en la misma fecha en la que Femés, la localidad conejera en la que se desarrolla su celebrada novela Mararía, se convertía en noticia a esas mismas horas por la detención policial del ex alcalde de Yaiza, de cuyo nombre no quiero acordarme (nunca tuve trato con él, ni siquiera un mísero o diplomático saludo). Y así fue que la noticia de la muerte del escritor resultó sepultada valga la necrológica metáfora- por la revuelta, rabiosa y revenida actualidad política insular, protagonizada por los conspiradores y los conspiranoicos de siempre; delincuentes habituales en su inmensa mayoría, como es triste fama (no lo digo sólo yo; lo dejaron por escrito en su día jueces y fiscales de Canarias en un informe redactado al respecto de la corrupción, principalmente urbanística, que afecta a casi toda Canarias y parte del extranjero.)
Estando en Lanzarote conocí a una especie de bruja vieja, que pasaba enlutada como el viento. Los chiquillos le tiraban piedras y los perros le ladraban. Salía por las noches de Femés y se perdía en el desierto. Me llamó la atención su figura y su actuación. Se me ocurrió preguntar sobre ella. Siempre he dicho que Mararía no es mía. Lo único que hice fue transcribir lo que me contaron en Femés. Yo le di el giro literario. Así mismito describía su autor el germen de la novela y del personaje más conocido de la literatura canaria del pasado y pesado siglo XX, cambalache. Lo hacía en unas jugosas declaraciones recogidas en una entrevista publicada tiempito atrás en El Mundo.
Como era de esperar, el periodista del citado diario le preguntó igualmente a Rafael Arozarena por la versión cinematográfica (fallida, a mi modesto entender, y así lo dejé escrito en su día y momento) de su más conocida obra, y el novelista no pudo ser más sincero al respecto: No pude quedarme contento con la adaptación cinematográfica porque no atendieron a mis ruegos de que hicieran Mararía según el guión que yo había supervisado. Di mi consentimiento a ese guión de Lola Salvador porque me pareció fabuloso. Pero el director y el productor se confabularon, ya que ellos querían hacer otro en el que Antonio Betancor quería poner sus vivencias. Algo que me pareció absurdo. Desde entonces dije que hicieran lo que quisieran y así fue. Se equivocaron al poner a Mararía como una joven con 18 años. Un disparate. Aquellas palabras de Arozarena eran, casualmente, casi las mismas que dejamos escritas cuando tuvo lugar en Lanzarote el estreno internacional (y casi intergaláctico, al decir de las crónicas de la época) de la película del director canario Antonio José Betancor, padescanse. Incluso llegamos a titular una columna tal que así: Más mala que Mararía. Mi cabra hubiera o hubiese pronunciado esa frase convertida ahora en chiste: Me gustó más el libro que la película.
Murió el escritor el mismo día que los integrantes e intrigantes de la degradada y degradante política insular estaban a lo suyo. Pero queda su obra, como dicen los adictos a los tópicos. Una obra que es mucho más que una novela que se desarrolla en Femés, aunque es sabido que el maleficio de la vieja bruja conejera persiguió al autor ya para el resto de todos sus días y lo seguirá haciendo después de su muerte, como El Quijote a Cervantes. (de-leon@ya.com).
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