Siempre me ha costado muchísimo aceptar el concepto de militancia política. Eso de ser de un partido como quien es de una religión o de un equipo de fútbol no tiene para mí ningún sentido. No lo asimilo.
No entiendo a quienes dicen ser del PP como si eso fuera parte de su mismísima esencia. No entiendo a quienes son del PSOE por costumbre o tradición familiar. Para mí la política no es eso. Para mí los partidos políticos no son eso.
Si yo voy a un restaurante con frecuencia, al que suelo llevar a mis colegas y a mi pareja, no es por militancia o por costumbre, si no porque me gusta lo que sirven, cómo lo sirven y los precios de sus platos. Si un día salgo de allí medio intoxicado y con la cartera vacía, mi fidelidad acaba en ese punto. No vuelvo.
Lo mismo ocurre con mi panadería, con mi tienda de informática, mi tienda deportiva, con mi librería o con mi copistería: valoro opciones y cuando un lugar me convence, repito… hasta que deja de convencerme o encuentro algo mejor.
¿Por qué no ocurre lo mismo con los políticos? ¿A qué viene esa absurda fidelidad hacia unas siglas y ese tragar todo lo que te echen solo porque «yo soy de ellos»? Te da igual que mientan, que no cumplan sus promesas, que malgestionen, que corrompan instituciones, que enchufen a todo dios… ¿y dónde está el límite? ¿hasta cuánto eres capaz de tragar porque «tú eres de ellos»? ¿Qué pasa si un día a tu partido le da por instaurar la ley marcial? ¿y si aprovecha una eventual mayoría absoluta para, yo que sé, aprobar una ley que obligue a matar a los primogénitos? ¿También lo tolerarías? ¿Cuál es tu línea roja? ¿La tienes?
Personalmente habré votado unas diez veces en toda mi vida (empecé tarde) en los diferentes comicios, y creo que nunca repetí mi voto más de dos veces. No se si eso es lo normal, pero lo considero más sano que votar siempre a los mismos por sistema, dando igual lo que hagan, lo que digan o cómo funcionen en tu municipio, tu provincia o tu Estado.
Entre la militancia y el sectarismo ciego hay medio paso, y no hay nada más peligroso que un movimiento jerárquico, con poder político, sostenido por sectarios incondicionales a los que les da igual ocho que ochenta. De hecho yo diría que eso es justo lo que está pasando. España es un Estado en bancarrota por culpa de gente muy concreta que ha tomado decisiones políticas muy concretas. Y esa gente pertenece a unos partidos que dentro de un par de días van a ser, otra vez, los más votados con diferencia. Es algo inconcebible y que solo puede ser comprendido desde ese prisma militante que lleva a tanta gente a ser de los unos o de los otros como quien es del Madrid o del Barcelona.
Gente que está por todos lados, con la que convivimos y tratamos a diario…
Precisamente escribo esto a raíz de un encontronazo con unos amigos por este tema. He tenido que hacer el esfuerzo de imaginarme esa mentalidad militante, que no concibo de forma racional, para poder ponerme en su lugar y aceptar que alguien con formación y cierta educación se considere del PP con la misma naturalidad que se considera alta, baja, morena o rubia. Se dicen a sí mismos que ellos son eso, como si no tuvieran otra opción, y te obligan a aceptarlos, a no mezclar la política con la relación personal, como si ello fuera posible… y claro que es posible. Lo es cuando para ti la política es solo eso, una militancia incondicional a un equipo.
Así que ahora lo entiendo, por difícil que me resulte. Lo entiendo, pero no me resigno a que esto funcione de ese modo. Y como no me resigno, voy a combatirlo, aun aceptando a los militantes y siendo consciente del mecanismo que les hace ser como son.