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Han transcurrido 329 días desde aquel 25 de Mayo que supuso un antes y un después para Lanzarote, aunque muchos se nieguen a darse por enterados. Diríase que a ellos va especialmente dedicada esta tercera bofetada, a ver si se dan por aludidos esta vez.

Y no me refiero únicamente a los afiliados y cargos públicos del PIL, que todavía a estas alturas insisten en venerar la figura de su bienamado líder. Tampoco hablo sólo de los miembros del Partido Popular, a quienes no les dolió en prendas pactar con quien hiciera falta para alcanzar las ansiadas cotas de poder que las urnas les niegan tan cabezonamente. Hablo de todos esos que han seguido haciendo como si la cosa no fuera con ellos, manejando instituciones y formaciones políticas con una inusitada línea continuista.

Ahí tenemos, paradigmático, el caso de Miguel Ángel Leal. Este señor, que llegó a ser figura importante dentro del PSOE insular, fue suspendido de militancia poco después de que se disolviera la Secretaría General que él comandaba, allá por las mismas fechas en que su mujer, Nuria Cabrera, junto a Ángel Ascensión y Emilia Osuna, votaban a favor del Plan General de Arrecife de Isabel Déniz. Por aquel entonces los dirigentes socialistas aseguraron que el expediente de expulsión de Leal «podría dilatarse en el tiempo hasta que se comprueben una serie de acusaciones sobre ciertas actuaciones de Miguel Ángel Leal». Comprobaciones que, o bien no tuvieron lugar, o bien nunca trascendieron.

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¿Qué actuaciones sospechosas eran esas? Pues ustedes pueden imaginárselas. Las mismitas que hoy, tres años después, le han llevado a los tribunales. Sus tejemanejes en la planta de Biometanización, que reciclar no recicló mucho, pero bien que quemó 20 millones de euros de las arcas públicas; Y su actitud de confraternización con Isabel Déniz cuando todo el mundo sospechaba que su Plan General había sido especialmente redactado para beneficiar a un par de personajes.

¿Hubo investigación alguna por parte del PSOE? Yo no lo sé, pero si me piden mi opinión diría que no les hizo falta. Ellos sabían perfectamente lo que había, pero callaron porque denunciar publicamente habría supuesto un duro revés para su formación política. Así que simplemente lo condenaron al ostracismo en un perdido departamento del Ayuntamiento de Arrecife… hasta que Alberto Morales, vicepresidente de Felapyme, miembro de la actual Ejecutiva y eventual Concejal de Turismo tras la dimisión de Marcos Vergaz, lo rescató poniéndole al frente de cuestiones como el Mercado de Arrecife.

No sé si me estaré explicando. Hay una frase que deberían escribir en los carnets de militante de cada partido político, porque señala con rotundidad la fuente de los males que nos afligen: COMPAÑEROS SÍ, CÓMPLICES NO. AMIGOS SÍ, CÓMPLICES NO. FAMILIA SÍ, CÓMPLICES NO.

Y es que en la corrupción conejera confluyen una serie de percepciones morales que se contraponen y nos mantienen enterrados en el fango. ¿Qué es primero, la amistad o el deber para con tus conciudadanos en general? ¿Qué es antes, el compañerismo de partido, o el bien común? ¿Qué es primero, el bienestar de tu familia o el bienestar de la comunidad? Estas preguntas las tiene que responder un político casi cada día. Y aunque en el PIL se llevan la palma cuando de anteponer lo íntimo a lo general se trata, en todos los partidos cuecen habas.

Dimas Martín, sin ir más lejos, para defenderse de las acusaciones de enchufismo, reconocía en una de sus misivas que él lo único que había hecho era atender las llamadas de los amigos que le pedían un favor o un puesto de trabajo para un familiar… y se quedó tan fresco, porque sabe que eso es algo que todos podemos entender.

Y sí, lo podemos entender como personas sensibles que somos a las desgracias de quienes nos son más cercanos. Pero también debemos ser plenamente conscientes de que la responsabilidad de un cargo público va mucho más allá. Un cargo público se nos debe a todos por igual, tengamos su número de teléfono o no lo tengamos, nos conozca o no nos conozca. Porque lo contrario nos condena como colectivo y nos convierte en lo que Lanzarote ha sido hasta la llegada de Pamparacuatro: Una casa de putas en el peor de los sentidos. Un burdel en el que para coseguir los favores de los políticos tienes que ser familiar de, suplicar, o apoquinar. Y no, ya está bien.

Ojalá que, como empecé diciendo, este tercer golpe en la mesa empiece a espabilarnos de una vez. La raíz del mal quizá estuviera en los Dimas, Honorio y compañía… pero ahora ya está demasiado extendido para limitarnos a aislar manzanas podridas. Dentro de todos nosotros subyacen esas justificaciones mencionadas, que nos hacen permeables a la corrupción. Para atajarla no basta con poner en cuarentena a un Don, ni siquiera a su partido político al completo. Todos llevamos el veneno dentro, y el único antídoto conocido es el de la transparencia. Transparencia real, no la de Cándido. Transparencia en las decisiones, pero sobre todo en los procesos. Que se haga pública cada contratación, cada gasto, cada mínima gestión, y los argumentos que justifiquen tales acciones… esa es la manera, no hay otra. Y a nosotros, los ciudadanos todos, nos toca exigirlo.

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