Si tuviera dinero, tiempo y ganas no me lo pensaba dos veces. Haría un cortometraje pero ya. El guión está prácticamente escrito, y es de lo mejorcito. Material cinematográfico de primera. Tiene ese tufillo sesentero, entre retro y rancio, a lo Martínez Soria, aderezado de crudo neorrealismo y retrato social. Magnífico.
El argumento: Sábado por la mañana, una guagua con seis o siete personas en la parada de Ginory, cerca del Charco de San Ginés, a escasos cien metros del Hospital Insular. El chófer recibe una llamada del Concejal en persona. La guagua no puede continuar su recorrido, hay que esperar a unos chavales que trajeron una cruz de no sé dónde y la tienen que llevar a otro lugar en barco. Se trata de una especie de peregrinación organizada (lo de «organizada» es un decir) por la diócesis, consistente en transportar una cruz por las diferentes islas y realizar los ritos de rigor en cada una de ellas. El sábado estuvieron en Lanzarote, y ese mismo día tenían que coger el barco para seguir su recorrido.
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Hablamos del día primero de Mayo, así que dramatizando un poco muy bien podemos imaginarnos a unos cuantos sindicalistas charlando en otra parada un poco más allá, esperando con impaciencia creciente la guagua que no termina de llegar.
Tenemos, pues, tres localizaciones. La capilla con los chavales y su cruz; la guagua con el chófer y los seis o siete pasajeros esperando; y la parada con los sindicalistas. También podemos poner una cuarta con el Concejal de celebración familiar en algún restaurante, móvil en mano, dirigiendo el destino de los pasajeros entre el escándalo de los chiquillos y el cotilleo de los comensales.
La acción se desarrolla sóla. Los pasajeros intercambian alguna que otra frase indignada, los de la cruz con sus rezos, el chófer nervioso, los sindicalistas echando pestes de los políticos, el Obispo llamando al Concejal, el Concejal llamando al Alcalde, el Alcalde mandándole a tomar viento. Hasta que los de la cruz llegan. Pero no tienen dinero, las cándidas almas reniegan de las tentaciones del vil metal. El chófer llama, el Concejal dice que no pasa nada. Los pasajeros, que sí pagaron, se mosquean todavía más, pero ninguno se atreve a hacer valer sus derechos. Mascullan y se quejan por lo bajini, pero no van más allá, ¿se dan cuenta? ellos son el fiel reflejo de la sociedad conejera en su conjunto.
Después de no pocas dificultades para meter la cruz en la guagua, van hasta el muelle, desviando la ruta habitual para dejar a los cruceros a pie de barco. Sólo después el eventual servicio discrecional retoma su calidad de línea regular. Cuando la guagua pasa por la parada de los sindicalistas, estos ya se han ido. Se han metido en un bar no muy lejano, a seguir rajando de todo dios.
La película al final nos deja unas cuantas incógnitas en el aire ¿No sabía el Concejal que ésta gente necesitaba transporte? ¿Lo sabía pero se despistó? ¿Tenían derecho los de la cruz a ser transportados gratuitamente? ¿y a que una guagua regular se pusiera a su servicio? Pero Ninguna de estas preguntas será respondida. Al fin y al cabo, las respuestas serían lo de menos. El retrato de lo que somos es lo importante, y eso ya habría quedado sobradamente plasmado en el relato.