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Carlos Medina

¿Cómo?, ¿que no sabe usted de qué crisis le hablo?. Si es usted una de esas pocas personas que no lee los periódicos ni ve la tele, ¡enhorabuena!, se encuentra un pasito más cerca de la libertad. De la libertad mental, de pensamiento, se entiende, pues suponemos que, como la mayoría de los mortales, su banco mantiene una cierta forma de esclavitud sobre su vida. Nótese que por «mortales» me refiero a los habitantes del primer mundo, claro. (ir.)

Pues bien, nos encontramos sumidos en una catastrófica crisis financiera que las élites de este primer mundo han provocado en su afán por enriquecerse elevando así sus cotas de poder. Ellos y sólo ellos, son los culpables de la situación actual. No haga caso de los análisis de los expertos en economía, aparte de ser un batiburrillo de datos ininteligibles lo cierto es que no tienen ni puta idea. Esas élites son personas más o menos anónimas, conocidas, pero no protagonistas. Son quienes mueven los hilos, quienes poseen la mayoría de acciones de la mayoría de las mayores corporaciones del planeta. Son a su vez los que financian a los grandes partidos «democraticos» y los que mantienen a sueldo a los grandes medios de comunicación. Por eso están ahí. Por eso son los grandes, porque se lo pueden permitir.

Todo este tinglado de medios, empresas, partidos, gobiernos e instituciones no es más que su juguetitos, atrezzo para una pseudorealidad a la que llamamos vida. Un entorno tipo «Matrix» donde los opulentos nos manejan como piezas de ajedrez y donde no importa quien coma o sea comido siempre que sea necesario para ganar la partida. Esas élites son las responsables de promover un sistema decadente e insostenible, donde la producción, los precios, la oferta o la demanda ya no tienen nada que ver con el valor real de las cosas, donde el trabajo ya no es sólo escaso sino que ni siquiera es un bien y donde los recursos y las personas se explotan sin tino con el único fin de maximizar sus beneficios y reducir sus costes.

Además nosotros, la gran mayoría de los mortales, ciegos y sumisos, hemos alimentado y nos hemos subyugado a este sistema de consumo que ahora nos pasa factura. Desde un punto de vista radical, es decir, yendo a la raiz del problema, la solución pasaría por mandar a la mierda todo este sistema monetario. Una dictadura global impuesta sutilmente desde hace siglos que todos asumimos religiosamente porque sí y que nunca nos cuestionamos. Ya se encargan la televisión y los medios basura de inculcarnos la doctrina y sermonearnos por aquello que no tenemos y que debemos comprar, no sea que Dios en forma de sociedad nos discrimine por no estar a la altura.

Pero como a estas alturas es obvio que la mayoría no va a tomar la pildora roja para despertar de esta pesadilla tendremos que buscar soluciones alternativas. Al menos intentaremos que no sean tan hipócritas como las de inflar la economía o traspasar dineros de los gobiernos a los bancos, o viceversa. Hay una solución obvia y está muy clara. LA GUERRA.

Sí, amigos, la guerra es la que mueve la economía. Si se venden armas la economía avanza. Si Halliburton reconstruye países la economía avanza. Si General Motors manda camiones a oriente medio la economía avanza. Podría seguir, pero la metodología es practicamente la misma en todos los conflictos y en todos los casos. La conclusión es que los Estados Unidos (a sus élites me refiero), autoproclamados policías mundiales y principales beneficiados de toda este absurdo sistema, bombardeen cualquier país. Da igual que sea Honduras, Corea del Norte o Irán. El caso es que estén lejos, no vaya a ocurrir una desgracia. Ya se alistarán para matar y jugarse la vida los hijos de las clases más desfavorecidas, o los más fervientes fanáticos de la patria, total, sólo son piezas de ajedrez.

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