Caminar por algunas calles de Arrecife es un infierno para muchas mujeres. Tanto, que evitan transitarlas si van solas, especialmente a determinadas horas. Esta es una realidad terrible, y sin embargo desconocida para los hombres, porque los acosadores raramente se explayan cuando hay uno cerca.
Y lo mismo que pasa en Arrecife, pasa en muchos otros lugares. Pero no en todos. Una mujer puede caminar tranquilamente por Finlandia sin temor a que en cualquier momento un salido la aborde de mala manera. Es otra cultura, hay otra educación.
A lo que voy, y es donde radica, para mí, el gran error de artículos como los que ha escrito la tal barbijaputa estos días en eldiario.es, es que no se trata de un problema «de los hombres». No es que los hombres tengan algo mal. No es que constituyan en sí mismos un «grupo opresor», como ella los llama. El problema es que en algunos sitios están educados y en otros no. Y la educación es una responsabilidad social que corresponde a todos: hombres y mujeres.
Las mismas mujeres de Arrecife que te cuentan lo mal que lo pasan cuando caminan por determinadas calles, afirman que quienes les agreden verbalmente pocas veces son hombres con acento canario o peninsular. Normalmente su forma de hablar les delata como procedentes de sudamérica o de países árabes. Ese es el importantísimo dato que hay que tener en cuenta si se quieren abordar el asunto racionalmente para ponerle freno. El problema, al menos en Canarias, no lo están dando «los hombres», como género… lo están dando hombres que han mamado una determinada forma de concebir la relación entre sexos.
Demonizar a los hombres en su conjunto es un error y no lleva a ningún sitio. Así no se va a atajar el problema, al contrario. Plantear el asunto como una guerra de sexos es equivocado desde cualquier punto de vista. Primero porque al no poner el foco en la fuente del mal, jamás lo vas a resolver; y segundo, porque estás generando un odio y una división entre hombres y mujeres visceral, que no beneficia a nadie.
Una vez que admitamos que el problema de la violencia machista, y del machismo en general, es un problema social, y no de los hombres en exclusiva, podremos hacerle frente de forma conjunta, hombres y mujeres, como es debido. Esto significa que las mujeres también deben asumir su responsabilidad en tanto parte fundamental a la hora de formarnos y educarnos como seres humanos. Nadie influye tanto en la educación de un hijo como una madre, por ahí se debe empezar.
Es sabido que en los países que practican la salvaje ablación de clítoris las mujeres adultas son a veces las más radicales cuando se trata de exigir el fiel miramiento de las tradiciones. Lo mismo ocurre en los países árabes… las mujeres instruyen a sus hijos en la subordinación de su propio sexo, como si eso fuera lo más natural del mundo.
Poco a poco van surgiendo movimientos contestatarios en esos lugares, pero el apoyo internacional con el que cuentan es mínimo. Por ejemplo, el grupo iraní que lucha para que las mujeres puedan entrar en recintos deportivos.
Ignorar el poder y la importancia de la mujer es una de las grandes paradojas del feminismo occidental. Cargando toda la responsabilidad de los males del mundo en los hombres demuestran, a parte de un gran complejo, un desconocimiento absoluto de su verdadera relevancia e influencia sobre lo que somos.
En lugar de arremeter contra los hombres en general como si fuera una especie de sexo maldito, hay que ir a la raíz del mal y extirparlo desde ahí. ¿De qué sirve generar más sentimiento de culpa en hombres ya concienciados? ¿De qué sirve que personas de una misma condición socio-cultural se manifiesten contra el machismo si no se cala en los sectores verdaderamente afectados?
La única forma efectiva de acometer este asunto es yendo a esas calles donde sabemos que las mujeres no pueden caminar solas, y hablar con las gentes de la zona. Comercios, casas, escuelas, asociaciones. Los hombres que están educados así necesitan entender que su comportamiento no es correcto, y no van a cambiar hasta que les señalemos con el dedo uno a uno. El día que queramos hacer una campaña para concienciar de verdad, más allá de la mera propaganda política, buscaremos concienciar a quienes de verdad hay que concienciar. Este es un asunto muy serio que genera muchas molestias y sufrimiento cotidiano a millones de mujeres… pero si no lo enfocamos bien no solo no vamos a resolverlo, sino que ahondaremos en una guerra de sexos que causará todavía más infelicidad.