Locura insostenible

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Psicologo2Fernando Marcet Manrique

Lanzarote, como el resto del mundo, a lo largo de la historia se ha dejado llevar por la improvisación. Los problemas se afrontaban según venían, parcheando aquí y allá. Si las vacas eran gordas, se sacrificaban glotonamente, sin guardar nada para después; si las vacas eran flacas, sencillamente se pasaba hambre o se emigraba. Hoy, nada es distinto. Se habla de desarrollo sostenible, pero la sostenibilidad no se ve por ningún lado.

Si el diez por ciento de los estudios contratados por el Cabildo en ese sentido se hubieran concretado, hoy habría una base, un comienzo, unos cimientos desde los que empezar a trabajar. Pero no, la realidad es que somos uno de los lugares del llamado primer mundo más frágiles y vulnerables frente al menor vaivén capitalista. Desprendemos insostenibilidad por los cuatro costados.

Nos hemos dedicado a crecer y a crecer sin tino. Importamos el 99 por ciento de los alimentos para sobrevivir y el 90 por ciento de la energía que nos da agua y electricidad, ¿alguien imagina qué pasaría si por cualquier motivo los barcos dejaran de llegar durante un mes o dos? Sencillamente, moriríamos de hambre y sed. Hasta ahora nos hemos dedicado a ignorar esta realidad, como si a lo largo de la historia no hubiera habido guerras, catástrofes naturales, crisis económicas bestiales, revoluciones, vapuleos que resquebrajaron la siempre frágil estabilidad social. Setenta años de paz nos han hecho creer que esto va a seguir siempre así.

Todos nosotros hemos crecido pensando que la paz es lo normal, cuando la historia nos demuestra que la paz es más bien la excepción. Nosotros, que vivimos sobre volcanes, que tenemos a nuestra espalda generaciones que lo perdieron todo por el capricho pasajero de la naturaleza intraterrena, deberíamos entender mejor que nadie la importancia de estar preparados. Sin embargo hemos elegido la táctica del avestruz y hacer como si todo fuera a ir bien por siempre jamás.

Lo que estamos haciendo es de locos, sencillamente. Una chifladura. Es como quien se tira de un avión sin paracaídas esperando que el suelo nunca vaya a llegar.

Y el caso es que los paracaídas existen. Si quisiéramos podríamos empezar a construir la sostenibilidad de verdad. Los cultivos hidropónicos permiten, hoy por hoy, cultivar ingentes cantidades de alimentos sin ocupar demasiada extensión de terreno. Estos cultivos, conjugados con las energías renovables que nos abastecieran de agua potable y electricidad, podrían garantizarnos cierta tranquilidad en caso de cierres portuarios o súbito encarecimiento desorbitado del petróleo.

Desde luego, no sería suficiente. Tendríamos que empezar a tomarnos en serio lo del crecimiento poblacional. Y no hablo de controles natales ni de bestialidades fascistas. Un lugar se sobrepuebla cuando existen las condiciones que permiten esa situación, léase demanda de trabajo. Basta con poner freno a la industria (construcción y turismo) que atrae nueva mano de obra para que la espiral se detenga. Sin esos límites pasa lo que ha pasado hasta ahora, que no dejaremos de crecer y desarrollarnos grotescamente. Los edificios tendrán que ganar en altura, las casas darán paso a los adosados, las carreteras aumentarán en número, hará falta más energía, más agua…, y será necesario atraer todavía más turismo para sostener la creciente población residente. Hemos de detener ese proceso alocado, absolutamente insostenible, porque es un camino hacia ningún sitio, un callejón sin salida que no porque no veamos su final significa que no esté ahí, a la vuelta de la esquina.

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