Los chimpancés se nos parecen… y Canarias fue testigo

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Tomás J. López, Arrecife de Lanzarote.

Tarzán es una novela de ficción; lo de Jane Goodall (Londres, 1934), una historia real. Una historia de  amor por la naturaleza y de amistad hacia unos animales, los chimpancés, que un día le cambiaron la vida y, de paso, trastocaron lo que los seres humanos pensábamos sobre nuestra propia especie.

Goodall, la primatóloga más reconocida del planeta, premio Príncipe de Asturias de Investigación y destacada activista ambiental, pasó décadas viviendo junto a los simios salvajes de Gombe, en Tanzania. «Al principio fue frustrante. Pero entonces, un día, ocurrió. Se acercaron colgándose de los árboles y mirándome desde arriba. Finalmente se bajaron al suelo. Y supe que me habían aceptado la primera vez que una madre dejó que su cría se acercara hasta mí».

El encuentro resultó fructífero. Gracias a Jane y los chimpancés de Gombe hoy sabemos que los seres humanos no somos los únicos animales capaces de elaborar herramientas, un «privilegio» considerado exclusivo de nuestra especie. Los chimpancés eran capaces de observar su entorno, buscar las mejores fórmulas para lograr objetivos y fabricar instrumentos rudimentarios para conseguirlo. Con Jane, en Gombe, el hombre y el primate se reencontraban tras millones de años de andanza evolutiva para reconocerse como parientes. Pero no era la primera vez que algo así ocurría.
Valle de La Orotava, Tenerife, 1913. Una reunión nacional de médicos y naturistas alemanes celebrada en Westfalia había lanzado la idea, un año antes, de buscar un lugar idóneo para ubicar una estación de estudio de primates. Era fundamental que dicho espacio se ubicase en un sitio con condiciones climáticas similares a las de los hábitats de los animales y que ofreciese comodidades a los investigadores.  Canarias parecía reunir estos dos requisitos, ofreciendo además cierta proximidad geográfica al lugar de procedencia de los chimpancés -la entonces colonia alemana del Camerún- y facilidad de comunicación con Europa.

La «Casa Amarilla», en el Puerto de la Cruz, es hoy una ruinosa casona de estilo colonial. Tras sufrir el paso del tiempo, el descuido, derribos y hasta incendios, resulta difícil sospechar que sus desconchabadas paredes fueran testigos excepcionales de un reencuentro histórico. Construida por un coronel inglés a finales del siglo XIX en mitad de una finca de plataneras, la casa se convirtió en aquel 1913 en la primera estación de investigación de primates del mundo. El célebre psicólogo Wolfgang Köhler, uno de los padres de la famosa escuela psicológica de Gestalt, dirigió el centro desde entonces  hasta 1920 y de sus estudios nacería la obra «La inteligencia de los chimpancés» (1921), en la que concluye que estos simios exhiben una conducta inteligente cualitativamente del mismo tipo que la que conocemos en el hombre pero cuantitativamente inferior.

Para determinar que los chimpancés de «La Casa Amarilla» tenían una capacidad de razonamiento similar a la de los seres humanos Köhler se sirvió del experimento del bastón y el plátano. El investigador colgó la fruta en el techo y facilitó a los monos varios elementos para llegar a él, como cajas o varas. En un momento determinado, el simio se quedó quieto, apiló las cajas y se hizo con el plátano. En otras ocasiones se sirvió del bastón.

La solución del problema no llegaba, por tanto, tras sumar todos los intentos, sino al reestructurar todos los elementos a su alcance. Para Köhler era la evidencia de que el animal había organizado su espacio perceptivo y había enlazado dos elementos en principio inconexos -la vara y el plátano- para lograr un objetivo. Los monos de la «Casa Amarilla» razonaban.

Final de la investigación, inicio del olvido

La «Casa Amarilla» y su legado cayeron años más tarde en el olvido. Tras finalizar la I Guerra Mundial la Estación de Antropoides de Tenerife echó definitivamente el cierre. Los primates fueron enviados al zoológico de Berlín donde morirían a los pocos meses. Por si faltaba algún elemento, la comunidad inglesa de Tenerife acusó al centro de ser un espacio manejado por el espionaje alemán.

Ayer miércoles fue la inglesa cautivada por África, la Tarzán del siglo XX, la amiga de los chimpacés, quien visitaba Tenerife. Jane Goodall participó en el foro «Enciende la Tierra» organizado por CajaCanarias. Allí recordó la importancia de «La Casa Amarilla» y la necesidad de restaurarla como patrimonio global, como testigo de un parentesco redescubierto en Canarias.

Y dejó un mensaje, que reparte por el mundo desde que se supo hermana del resto de las especies: «hemos fallado al planeta y a las próximas generaciones, con este ritmo de destrucción de recursos que llevamos no dejaremos absolutamente nada para nuestros nietos». Jane está convencida de que debemos hacer algo para revertir el camino andado: «hemos robado, robado y robado de un planeta que nos han prestado«. Hemos sido la parte más irresponsable de esta inmensa familia.

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