Durante mucho tiempo se habló de «las dos Españas», haciendo referencia a la guerra civil que enfrentó a republicanos y nacionales. Se trataba de una distinción ideológica, izquierda-derecha, que hoy día ha sido superada por otra muy diferente. Hoy la sociedad española, y occidental en general, padece otro muro infranqueable que no tiene nada que ver con ideas políticas.
En un lado de ese muro están los millones de personas que rechazan cualquier versión de las cosas que no sea la oficial; aquellos cuya realidad gira en torno a un ferrari, un equipo de fútbol y una «princesa del pueblo» cualquiera, sin dar cabida al pensamiento crítico o al análisis personal de lo que sucede a su alrededor; los cínicos que piensan que nadie puede cambiar nada, y que no vale la pena mover un dedo, ni planteárselo siquiera; quienes dejan que los tertulianos les indiquen las palabras y argumentos necesarios para llenar conversaciones de bar; quienes se cierran en banda cuando se les habla de implicación o de participación y consideran que su responsabilidad política no va más allá de depositar un voto cada cuatro años.
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En el otro lado del muro invisible está la creciente por momentos ola de despiertos. No son iguales, ni piensan igual (eso es precisamente porque piensan), y son muchos menos, sin embargo avasallan más. La ola empezó siendo muy pequeña, minúscula, pero ha ido creciendo, sumando voluntades a cada metro avanzado, hasta convertirse en un tsunami que amenaza derrumbar el muro de una vez por todas.
Como digo, la distinción no es en absoluto ideológica. En un lado y otro existen formas de ver las cosas muy diferentes. Pero mientras en un bando la gente piensa por sí misma, en el otro son aleccionados e instruidos sobre lo que deben pensar y opinar sobre muy diversas cuestiones, aunque sea desde prismas muy diferentes. ¿Quienes? Políticos y medios de comunicación a su servicio, por supuesto. Tertulianos y telemadrids varios, diputados, presidentes, etc… Como ejemplo podemos poner a Carod Rovira y a Albert Rivera, dos políticos catalanes, presuntamente antagónicos, unidos en la causa de desacreditar el movimiento 15M, al igual que el resto de los de su clase. Uno llama a los del 15M «espanyoles», el otro los tacha de «cercanos a eta». Es el estilo demagogo de siempre, que tan bien les funcionó hasta ahora. Cada uno de esos encorbatados gurús arenga a los suyos para que rechacen a los despiertos, identificándolos con eso que ellos saben que los suyos más odian. En madrid los tachan de «terroristas de la eta», en Barcelona les tachan de «espanyoles».
Luego dicen cosas como que unos pocos miles no pueden imponerse a los millones que están en sus casas o que refrendaron con sus votos las poltronas que ostentan. Falso. Sí que pueden, de ahí su miedo. Ellos han aprovechado todos estos años el borreguismo y el pasotismo imperante para hacer lo que les ha venido en gana, cuando les ha venido en gana. Ahora lo aprovecharemos nosotros. Los millones que se quedan en sus casas, simplemente, no cuentan. Ellos no tienen voz, porque no quieren usarla. Unos pocos miles que reman pueden dirigir el barco en cualquier dirección, mientras que los millones que rechazan los remos no tienen nada que hacer al respecto. La masa de pasotas conforma el tonto ejército que las élites necesitan para alimentar su poder, pero su inherente silencio, pasotismo y dejar hacer, lo convierten en un ejército poco fiable, soldados con pies de barro.
Se resquebrajan los cimientos del sistema alimentado por consumidores alienados y zombificados. Las grietas ya están ahí, ahora solo hay que meter las cuñas y empujar. El 19J, toma la calle.