Fernando Marcet Manrique
Al enemigo conviene tenerlo bien identificado. Por lo menos eso. Lo malo es que en Lanzarote el enemigo está en todos lados, camuflado entre nuestras familias y amistades, lo que dificulta tanto su identificación como su desactivación. Los enemigos no visten de una forma determinada ni presentan un color de piel u otra. No se les reconoce por su forma de hablar, ni por cualquier otra característica física o aspecto externo.
¿Cómo les distinguimos entonces? Sólo hay una forma de identificar a un enemigo como tal: Analizando sus actos.
Los enemigos van a la playa y si fuman dejan las colillas en la arena. Si no fuman, dejan las latas, las botellas, las bolsas de papas o lo que sea que hayan consumido durante su estancia allí. Si les da por hacer espeleología no muestran mayor consideración por los espacios que disfrutan mientras los disfrutan.
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Los enemigos piensan que el mundo está ahí sólo para ellos, por lo que ni se plantean que los demás merezcan tanta consideración como ellos mismos. Así, arrojan papeles a la calle, hacen pintadas en las fachadas, destrozan el mobiliario urbano… actos todos ellos que denotan un desprecio absoluto por las personas con las que conviven. Son idiotas funcionales, y como tales son incapaces de prever las consecuencias resultantes de sus idas de bola. Y si las preven, simplemente se las trae al pairo.
Por culpa de los enemigos los ayuntamientos prohiben acampar en las playas, negándonos a los que respetamos el medio un privilegio que no merecemos se nos arrebate. Por culpa de los enemigos cierran los colegios sus puertas, prohibiendo el uso de unas canastas de baloncesto que los enemigos romperían sin miramientos. Por culpa de los enemigos, en definitiva, asistimos al deterioro paulatino y constante de nuestro entorno, y nos vemos obligados a rodearnos de policías, cámaras y demás artificios que nos embrutecen y nos alejan de la sana convivencia entre vecinos.
Los enemigos, si son políticos, aplican la misma máxima que da sentido a sus vidas: «Primero yo, luego yo, y después yo», así que no les tiembla el pulso a la hora de hacer maluso egoísta de sus poltronas, de las que se sirven para enriquecerse ilícitamente siempre que les es posible.
Los enemigos, cuando son votantes, no tienen ni idea de política (recordemos que son idiotas funcionales). No obstante, jamás se abstienen, jamás votan en blanco. Los enemigos nos imponen a todos sus votos impresentables, indocumentados y ruines, obligándonos a tragar con unos gestores de lo público tan pésimos como ellos.
Si son empresarios, las cosas no son muy diferentes. Para los enemigos empresarios lo normal es comprar voluntades, en vez de convencer mediante argumentos. Si son periodistas, los enemigos manipulan y se venden al mejor postor, pues nada hay más importante para ellos que su propia persona.
Están en todos lados, desempeñando toda clase de cargos, algunos muy relevantes. Además, su idiotez tiene la propiedad contagiosa de los virus, pues igual que el odio llama al odio, el egoismo provoca reacciones egoistas en los demás.
Ahora bien, ¿qué clase de defensa podemos vertebrar frente a ellos? ¿Existe algo que podamos hacer? En realidad sólo hay un arma eficaz contra ellos: La educación. Al enemigo sólo se le vence educándole y educando a quienes se encuentren en su área de influencia. Haciéndoles ver y entender que el egoismo patológico es incompatible con cualquier tipo de vida en comunidad. Los enemigos no son bichos raros, no padecen taras genéticas de ningún tipo. Son personas normales, sólo que mal educadas. La misma educación que les convirtió en enemigos, puede ser contrarrestada con otro tipo de educación que les convierta en amigos.
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