Militancias y filiaciones

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Cualquier tipo de filiación o militancia siempre trae consigo algún grado de sectarismo. Defender a los tuyos porque son los tuyos, atacar a los otros porque no son los tuyos… el militante elige formar parte de algo superior, y convierte ese algo en parte de sí mismo, de su propia individualidad, de forma que si un tercero ofende al conjunto, su reacción será similar a si la ofensa la hubiera recibido personalmente.

Además, la filiación o militancia te obligan a acomodar los hechos para evitar el conflicto tanto contigo mismo como con aquellos que comparten tu singladura. Renuncias conscientemente a la verdad, al menos a una parte de la verdad, o a exponer irregularidades a veces evidentes, con tal de no poner en riesgo la tranquila convivencia en el conjunto al que perteneces.

Pero no todo es negativo. Probablemente sin esta tendencia natural en los seres humanos, no existiría la sociedad como tal. Somos gregarios, somos sociales, tendemos a unirnos los unos con los otros, a establecer vínculos, sociedades…. y de esas comuniones surgen grandes obras y logros. Porque es verdad que la unión hace la fuerza, se crean sinergias, y juntos podemos llegar a metas que serían imposibles para cualquier individuo en solitario.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿es la militancia o filiación algo bueno, o es algo malo? Cuestión moral difícil de discernir. Supongo que como todo, es una cuestión de matices y grados: Hay momentos en que uno ha de ser capaz de dejar a un lado su propia conciencia crítica, o al menos una buena dosis de ella, si desea alcanzar metas mayores junto a otras personas. Probablemente tengamos ahí una de las razones de que los movimientos sociales en España en general sean incapaces de estructurar una respuesta conjunta: Somos incapaces de encontrar un pegamento, una filiación, lo bastante fuerte como para dejar de lado, aunque sea por un momento, ese espíritu crítico que precisamente fue el que nos condujo hacia el activismo y la rebeldía. Pero al mismo tiempo deberíamos estar en permanente alerta ante la posibilidad de caer en el sectarismo más abyecto, como ese que protagonizaron los diputados del PP cuando aplaudieron los recortes tan dramáticos para tanta gente.

¿Es posible encontrar este equilibrio? No lo sé. Además, todo se complica si tenemos en cuenta que cada uno de nosotros, lo quiera o no, ya forma parte de una serie de círculos que son en sí mismos, filiaciones en toda regla. La familia, la ciudad, la comunidad o región, el país, el colegio de los hijos, el club de no se qué… son todas ellas afiliaciones que exigen de nosotros cierto grado de compromiso, compromiso que constantemente tenemos que decidir si satisfacer o no.

Por otro lado, está el hecho de que no hay dos de nosotros iguales. A algunos les cuesta enormemente hacer «la vista gorda»  ante algunos comportamientos o hechos, por más que ello sea necesario a veces por el bien del grupo. De igual forma, hay quienes dentro del conjunto aprovechan su posición de superioridad en beneficio propio, chantajeando a los individuos para que sigan trabajando «por el bien de todos». Lo vemos en los Gobiernos, pero también en todo tipo de colectivos.

No hay fórmula mágica, ni receta milagrosa. Cada cual ha de seguir su propio camino. Pero creo que es bueno tener en cuenta que estos conceptos existen. En lugar de simplemente dejarnos llevar, elegir conscientemente cuando es necesario hacer callar a pepito grillo, porque en mente tenemos un objetivo superior que hemos de lograr en conjunto, y cuando es intolerable seguir adscritos a una causa, porque se ha traspasado determinado límite que de ninguna manera se debe pasar por alto.

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