Pactos mareados

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Los posibles “pactistas” o “p-actores” andan de los nervios. No está tan claro lo que los ninguneados electores (los pocos que fueron a votar, y bajando) creían tener claro a la luz de los resultados que arrojaron las urnas el 22-M. Si en la política en general lo único que se sabe es que nunca se sabe, excepto esta propia máxima en la infrapolítica lanzaroteña lo único seguro es que nada es seguro, como es triste fama. No te dejes llevar por las apariencias, que en esta pobre islita rica sin gobierno conocido engañan más que en ninguna otra parte. Todos mienten. Todos van de farol. Ninguno está enseñando sus verdaderas cartas. No te creas de la misa (que todavía no está dicha) ni media.

Mira qué apasionante lo de los pactos posibles, probables, previsibles, presuntos o presumibles. Es tan, tan apasionante que algunos llevamos incluso varias noches sin poder conciliar el sueño, a la espera desesperada de saber en qué acabará todo en el Cabildo conejero y en los ayuntamientos donde todavía no hay una mayoría consolidada, y mucho menos firmada o rubricada.

Mientras los acuerdos se sustancian o no, los políticos siguen a lo suyo: mintiendo y olvidando promesas electorales de ayer mismo. Como siempre, lo de siempre: el mercadeo de los votos. Apenas han deglutido tu voto (si eres de los pocos que fuiste a votar), y ya lo están mandando a las letrinas. Edificante, a fe mía. Democracia en estado puro. Te la regalo.

John Arbuthnot, un médico y escritor escocés que murió sin saber qué cosa era el PIL, PSOE, PP o CC (aunque habría simpatizado un montón con San Borondón, seguro), dejó dicho, siglos atrás, que todos los partidos políticos mueren de indigestión de sus propias mentiras. A estas alturas de la Liga, con el Barça campeón de campeones y tiro porque me toca, va quedando claro que hay dos clases de políticos, aparte de los malos y los peores: los que creen que es lícito faltar clamorosamente a la verdad antes de las elecciones y los que creen que también está permitido hacerlo después de cerradas las urnas, si bien en voz baja y más disimuladamente, reuniéndose a la zorruna con tirios y troyanos, siempre a espaldas o a escondidas de sus propios electores. Es la democrática luz y taquígrafos con la que dicen ellos que actúan siempre, excepto cuando no lo hacen. Todos los síntomas revelan que los políticos que padecemos y mantenemos pertenecen a ambas categorías o grupos. Dicho en otras palabras: el divino don de la palabra les ha sido otorgado por los dioses con la exclusiva finalidad de ocultar sus pensamientos. No hay que salir de Lanzarote para comprobarlo.

Piensan los “p-actores”, profesionales del pacto a espaldas del pueblo, que, al contrario de lo que dice la sobada máxima, la verdad los hará esclavos. Y, en vista de ello, se han agarrado a la mentira y no la sueltan ni por equivocación, ni locos ni borrachos ni por una apuesta. Indisolublemente unidos al engaño, no pronuncian una verdad ni para un remedio ni para una enfermedad, aunque sea tan grave como la que ahora aflige a la política insular, que ha alcanzado ya las más altas cotas de descrédito.

Pactad, pactad, malditos… y dejen ya a la gente tranquila con sus quehaceres. (miguelangeldeleon@gmail.com).

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