Si el fin del verano tiene algo bueno son los propósitos que nos hacemos de cara al nuevo curso escolar y que parece que nos animan a reinventarnos. Las buenas prácticas que nos proponemos comenzar forman parte de un clima organizacional. Después del asueto es necesario establecer pautas, pero si estas son novedosas y motivadoras , la vuelta a la rutina no hará decaer el buen talante que nos dejan las vacaciones. Con cada mes de septiembre parece que comienza algo especial y distinto y aunque al final esas sensaciones no se traduzcan en hechos, podemos aprovechar ese espíritu emprendedor que nos entra para analizar qué cosas identificamos como negativas en nuestros hábitos y qué asignaturas pendientes tenemos. Es decir, planear es una actividad muy importante, porque nos determina cuáles son los fines esenciales que perseguimos. Saber qué directrices van a definir nuestro día a día es una tarea imprescindible para orientarnos y evitar que perdamos el tiempo en aspiraciones erróneas o desatinadas. Al conectar con nuestros deseos también estoy haciéndolo con lo que quiero incorporar en mi vida. Lógicamente la buena intención no es suficiente, porque para que algo se materialice hace falta llevarlo al mundo tangible, es decir, al del hacer. Sin embargo, planear ya lleva consigo una importante carga de responsabilidad y compromiso, porque primero hay que reflexionar y evaluar para establecer la mejor estrategia. Después es conveniente calibrar nuestras fuerzas, porque el propósito de enmienda posiblemente nos obligue a abandonar ciertas costumbres que provocan en nosotros un efecto placebo. Por eso, es conveniente decidir qué y cómo quiero cambiar, pero ante todo tener muy claro por qué quiero hacerlo.
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