Trabajar en un supermercado de Lanzarote

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María (nombre ficticio), dejó su trabajo de cajera hace un par de semanas. A pesar de la mucha falta que le hace el dinero dijo «hasta aquí llegamos» cuando le quisieron descontar de su sueldo una caja que no cuadraba.

Que las cajas no cuadren en los supermercados es algo sumamente habitual. Ocurre todos los días. Y siempre en los dos sentidos posibles: sobra dinero o falta dinero. Cuando sobra dinero, es decir, cuando hay más dinero en la caja de lo que debería haber, dicho dinero se lo queda la empresa sin ningún problema. Pero cuando falta, sin importar las veces que esa misma cajera haya declarado dinero de más, a esta se le obliga a pagar de su bolsillo la diferencia.

Es sólo una de las muchas situaciones injustas que deben soportar diariamente, conocedoras de que el mercado laboral no anda precisamente sobrado de ofertas.

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Otra de las normas en los supermercados lanzaroteños (hablamos de los lanzaroteños porque son los que conocemos) es hacer lo mismo que Lidl: obligar a trabajar 48 o 50 horas, cuando los contratos estipulan un máximo de 40, tal y como marca la legislación vigente. El resto de horas son pagadas (justificadas más bien) en raquíticos sobres llenos de monedas, a razón de unos pocos céntimos la hora. Y, por supuesto, no se da opción al trabajador de elegir si quiere trabajar esas horas extraordinarias o no. Simplemente, tiene que hacerlas.

Los turnos son definidos sin ningún miramiento por el trabajador, y muchas veces sucede que acaban una noche a las 22:30 y empiezan al día siguiente a las 7:00, por lo que descontando tiempo de transporte y demás apenas les deja intervalo para descansar entre una jornada y la otra.

Los días festivos no son respetados ni convenidos. Sea navidad, reyes, carnaval o cualquier otra fecha importante, fechas de esas para estar en compañía de los tuyos, a los cafres de turno no les duele en prendas obligar a sus trabajadores a estar al pie del cañón como cualquier otro día. «Si no te gusta, ya sabes, que ahí fuera hay miles como tú dispuestos a hacer el trabajo», he aquí una de las frases favoritas de estos inhumanos salvajes.

Lo hacen porque pueden hacerlo, porque nadie se interpone entre ellos y sus barbaridades. No es por dinero, el dinero no lo necesitan. Es porque disfrutan con ello, porque les hace sentirse poderosos, porque causar daño impunemente es uno de los más viejos y secretos vicios humanos. Lo hacen porque toda persona lleva dentro ese insana tendencia que empuja a hacer daño a quienes están indefensos frente a su poder. Está sobradamente estudiado, se han hecho decenas de experimentos en todo el mundo, y el resultado es siempre el mismo: la mayoría de las personas que pueden causar daño a otros sabiendo que nadie va a poder impedírselo, lo causan.

Eso es lo que subyace en el mundo de los supermercados. Especialmente en la isla de Lanzarote. Los supermercados se han convertido en habitáculos de tortura legales. Cámaras construidas para satisfacer las malsanas tendencias de psicópatas socialmente tolerados.

Y la cosa irá a peor mientras los consumidores se limiten a comprar sus alimentos, cual silenciosos cómplices. El hecho de que un sindicato como CCOO haya salido a la palestra para denunciar al Lidl es una buena noticia, pero no pasa de ser una anécdota. Los responsables pagarán la multa y seguirán haciendo lo mismo. Hace falta que los trabajadores tomen conciencia de su situación y se rebelen ruidosamente, como han hecho otros tantos colectivos en el pasado. Una acción conjunta de ese tipo serviría para que los consumidores se pusieran de su parte. Mientras eso no ocurra, nada cambiará.

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